La presencia de la Virgen María en la Liturgia
Después de Dios y de Jesucristo, nada hay en el Cielo ni en la Tierra tan grande y tan digno de veneración y de amor como la Santísima Virgen.
Toda la grandeza y perfecciones le vienen a María por ser la Madre de Dios.
¡Qué importancia tendría María que el Concilio Vaticano II le dedicó un magnifico capítulo en la misma constitución sobre la Iglesia, para poner de manifiesto que María es madre de la Iglesia, de esa Iglesia fundada por su Hijo y la depositaria de las riquezas de la liturgia!
Pablo VI en su exhortación Marialis Cultus (el Culto a María), profundiza las relaciones entre María y la liturgia. María es ejemplo de la actitud y disposición interior con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios. Por eso Pablo VI presenta a María como:
- Virgen oyente: que acoge con fe la palabra de Dios, la proclama, la venera, la distribuye a los fieles y escudriña a su luz los signos de los tiempos.
- Virgen orante: en la visita a Isabel, en Caná y en el Cenáculo, cuando estaba con los apóstoles antes de Pentecostés. En su oración alaba incesantemente al Señor y presenta al Padre las necesidades de sus hijos.
- Virgen-Madre: aquella que por su fe y obediencia engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, sin intervención de hombre, sino cubierta por la sombra del Espíritu Santo.
- Virgen oferente: en la presentación en el templo y en la cruz. Ofrece a su Hijo como la víctima santa, agradable a Dios, para la reconciliación de todos nosotros.
El culto que María recibe en la Iglesia es un culto de especial veneración. Y comprende tres actitudes:
- Invocación y reverencia: invocamos y reverenciamos a la Virgen a causa de su dignidad de Madre de Dios y de su eximia santidad, concedida por Dios a su alma, y correspondida por Ella con su voluntad libre, consciente y amorosa.
- Confianza: basada en el poder y a la vez misericordiosa mediación ante el Hijo. Ella es la Omnipotencia suplicante, y la administradora de las gracias de salvación de su Hijo Jesucristo. Por eso, le pedimos con confianza a Ella, para que interceda por nosotros ante su Hijo Jesucristo, el único que nos concederá lo que le pedimos y que en verdad necesitamos.
- Amor fiel e imitación de sus virtudes: Ella merece nuestro amor como madre espiritual nuestra y al estar adornada de todas las virtudes, merece nuestra imitación. Debemos imitarla, sobre todo, en la vivencia de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad; también en la disponibilidad al plan de Dios, en la capacidad de contemplación y de abnegación; en esa humildad y sencillez, en su pureza de cuerpo y alma.
El papa Juan Pablo II también ha contribuido a enriquecer el culto mariano con su Encíclica "Redemptoris Mater” y con las misas de la Virgen María que en número de 46 han completado esta presencia de María en la liturgia, dejando el culto a la Virgen claramente establecido y en su justo lugar.
La presencia del culto a la Virgen en la Iglesia católica se deja ver:
- EN EL AÑO LITÚRGICO: La Virgen no tiene ni puede tener un ciclo propio dentro del año cristiano. No obstante, hay un tiempo litúrgico en el cual la presencia de María es muy clara: en Adviento y Navidad. El Adviento es un tiempo especialmente mariano: se celebra la Solemnidad de la Inmaculada el 8 de diciembre y ya en tiempos de Navidad, la Solemnidad de la Virgen María, Madre de Dios el 1 de enero. La última semana del Adviento, en las ferias del diecisiete al veinticuatro de diciembre es toda una eclosión de María que se refleja en las lecturas y un momento especialmente apto para celebrar el culto a la Madre de Dios. La Cuaresma y el tiempo pascual tienen escaso color mariano. Sin embargo, en Semana Santa la presencia de la Virgen al pie de la cruz se hace patente, así como en Pentecostés cuando los Apóstoles, presididos por la Virgen, reciben el Espíritu Santo.
- CADA DÍA: Se la recuerda durante la misa en la Plegaria Eucarística, que es el centro de la celebración, en algunos de los numerosos prefacios marianos establecidos para las fiestas de la Virgen, en las intercesiones cuando la Iglesia hace memoria de los Santos y en el embolismo tras el Padre Nuestro. También, se la recuerda en el Credo cuando lo hay ("y nació de santa María Virgen") y en el acto penitencial (si se escoge la fórmula del Yo confieso en la frase "por eso ruego a santa María, siempre Virgen").
- CADA SEMANA: En la memoria libre de Santa María en sábado, día en el cual se pueden decir una de las misas de Santa María Virgen. Desde la Edad Media se ha considerado el sábado como día dedicado a la Virgen. El fundamento de tal elección hay que buscarlo en la tradición, que considera que el sábado, día en que Jesús permanece muerto, es el día en que la Fe y la Esperanza de la Iglesia estuvieron puestas en María como presidenta del Colegio Apostólico. Tiene este día sus propias misas votivas.
Pero a la Virgen se la recuerda muy especialmente en sus celebraciones propias que son:
- TRES SOLEMNIDADES: María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción.
- DOS FIESTAS: Natividad y Visitación.
- OCHO MEMORIAS: Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora del Rosario, Santa María Virgen Reina y la Presentación de Nuestra Señora como memorias obligatorias y Nuestra Señora de Lourdes, el Inmaculado Corazón de María, Nuestra Señora del Carmen y Nuestra Señora de la Merced como memorias libres. Como creencias marianas, la Iglesia ha proclamado cuatro dogmas que hacen referencia a María como siempre Virgen (antes, durante y después del parto), a María como Madre de Dios, a su Inmaculada Concepción y a su gloriosa Asunción a los cielos en cuerpo y alma.
A estas festividades habrá que sumarles las propias de cada nación, pueblo o comunidad religiosa. El color litúrgico propio de las fiestas marianas es el blanco y por especial privilegio de la Santa Sede, en España e Hispanoamérica puede usarse el celeste o azul en la Inmaculada y en la fiesta de la Medalla Milagrosa.
Lorena Bais
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