¿Qué hay que hacer cuando muere un ser querido?
Sobre la cristiana sepultura, las palabras del Catecismo de la Iglesia Católica son: Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal, que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo (n. 2300).
Lo más habitual será colocar los restos mortales en un ataúd y éste en una tumba en el cementerio –la llamada “exhumación”-, pero no es la única posibilidad. El Catecismo mismo aclara que La Iglesia permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la resurrección del cuerpo (n. 2301). En este caso, se da sepultura a las cenizas del difunto, que pueden colocarse en pequeños nichos –los llamados “columbarios”-, que hacen así de tumba.
A esto hay que añadir que, siempre que se pueda, conviene realizar el entierro –en cualquiera de sus modalidades- con la sencilla ceremonia litúrgica prevista para ello, que preside un sacerdote o un diácono.
Acerca de la oración, el Catecismo señala que desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios (n. 1032).
En lo tocante al sacrificio eucarístico, hay algunos particularmente recomendables. En primer lugar, la llamada Misa de corpore insepulto de “cuerpo no sepultado” que es la celebrada antes del entierro en presencia del ataúd con el cuerpo del fallecido. Después, la Misa exequial celebrada poco después del entierro: el llamado funeral. Y, en tercer lugar, la Misa de aniversario, al cumplirse un año del fallecimiento. Estas misas tienen textos propios, adecuados a la situación. Por lo demás, siempre pueden encargarse misas por el eterno descanso de un fallecido.
En lo que respecta a la oración, destaca la que se hace junto a los restos del fallecido, antes del entierro: el llamado velatorio. En cuanto sea posible (a veces, la necesidad legal de autopsia u otras disposiciones legales lo retrasan), es muy recomendable establecerlo, permitiendo así a todo el que quiera acercarse una oración por el difunto. Los libros litúrgicos contienen varias oraciones para esta ocasión: los llamados “responsos”. El velatorio, que puede durar más o menos según las circunstancias y usos del lugar, es verdaderamente una costumbre universal.
Aparte de esto, lo que uno puede hacer, rezar y ofrecer de forma privada, en su mano está. No hay reglas: dependerá de su piedad, fe, devoción y amor por la persona que ya ha dejado esta vida.
Hay efectivamente costumbres locales que dan forma concreta a lo arriba señalado, y pueden añadir alguna otra cosa. En principio, conviene seguirlas, pues suelen reflejar un profundo sentido cristiano.
A la vez, también indican que en este terreno, como en muchos otros, la Iglesia no tiene una especie de reglamento con los pasos a seguir meticulosamente establecidos. Tiene unos principios generales –los que señala el Catecismo-, una liturgia con bastante margen de flexibilidad, y unas costumbres cristianas que plasman en cada lugar la vida cristiana.
Pbro. Julio de la Vega-Hazas
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