EL PRÓJIMO por Carlos L. Rodriguez Zía
Dos señales de dos deportistas que han dado señales de solidaridad y respeto al prójimo.
En más de una ocasión, a todos nos han dicho que para escuchar a Dios hay que hacer silencio en la mente y, principalmente, en el corazón. Que Él nos puede hablar de distintas maneras y por intermedio de diferentes mensajeros. Pero para eso nuestro radar tiene que estar encendido. En las últimas horas creo haber detectado un par de señales. Fue mirando la televisión y los mensajeros resultaron ser dos tenistas profesionales: los argentinos Renzo Olivo y Juan Martín del Potro. Los dos están, con distintos objetivos, disputando la edición 2017 del Abierto Francés en las canchas de Roland Garros.
El miércoles 31 de mayo en uno de las pistas centrales del complejo tenístico francés, la Philippe.-Chatrier, el tenista santafesino de 25 años (91 del ranking mundial) obtuvo la gran victoria de su carrera, al derrotar al principal jugador francés, Jo-Wilfried Tsonga. Pero no de eso de lo que vamos hablar en este espacio, sino de un gesto posterior que tuvo Renzo Olivo. Cuando los aplausos llovían de los cuatro costados de la Philippe´-Chatrier y, como cuenta en sus páginas el diario La Nación, el tenista argentino podría estar con su mente metida en miles de cosas, tuvo el tiempo, el espacio y la capacidad de pensar en otra persona. Cuando la televisión le acercó, como es ya costumbre, la cámara para que firme sobre la lente por ser el triunfador del partido, Renzo Olivo no estampó su nombre sino un mensaje de aliento para Belén, una chica de 25 años que lo admira y atraviesa un problema de salud, pero a la que él no conoce. En el gran día de su vida tenística, cuando Renzo Olivo pudo sentarse en su trono imaginario a recibir las felicitaciones por su gran victoria, pensó en el prójimo. Seguramente, la actitud del hincha de Newell´s no sanará a Belén pero le habrá dibujado una sonrisa. Habrá sentido que alguien en el mundo se acordó de ella. ¿Se acuerdan que Jesús dijo que amarás a tu prójimo como a ti mismo? ¿O que Francisco nos invita a ir al encuentro del otro? Creo que a su manera, Renzo Olivo lo puso en práctica. Y a mí me recordó que, independientemente de cómo estemos, nunca hay que dejar de pensar en el otro. Mucho más en tiempos de abundancia personal. Cuando el sol nos sonríe y no queremos oír hablar de pálidas ajenas.
El segundo mensaje llegó en la mañana del 1º de junio de la mano de Juan Martín del Potro. En la cancha 2 de Roland Garros y al comienzo del tercer set, su rival, el español Nicolás Almagro, se quedó quieto en el fondo de la cancha y agarrándose la cabeza se echó a llorar. Una de sus rodillas había dicho basta. El tenista oriundo de Tandil podría haberse quedado de su lado, moviéndose para mantenerse en ritmo; pero no. Cruzó al otro lado y fue a consolar a su rival que tirado sobre el polvo de ladrillo lloraba temiendo que a sus 31 años esta lesión podría significar el fin de sus días como tenista. Como Renzo, Juan Martín pudo quedarse metido en sus asuntos, pero recordó que el también estuvo mucho tiempo lesionado, que temió nunca más volver a jugar al tenis, que necesito y recibió consuelo y apoyo. Del Potro se olvidó de sí mismo y fue en auxilio de su prójimo. Recordó que lo habían socorrido y cuando se le presentó la ocasión, se conmovió y actuó. Como lo hizo el buen samaritano. Salió de su centro y fue al encuentro de un hermano que necesitaba ser consolado.
Una vez el papa Francisco le dijo a un grupo de deportistas que nunca debían olvidarse que eran un ejemplo para los demás, especialmente para los jóvenes. En más de una oportunidad, lo escuché a mi párroco decir que el ser Hijo de Dios debía notarse en nuestra manera de vivir. En los últimos días, a través de dos jugadores de tenis, Dios me lo recordó. Ojalá que el vernos, como lo dijeron de Jesús, de nosotros digan: “Se ve que éste es Hijo de Dios”.
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