¿Cuáles son las partes de la Misa?
por Lorena Bais |
La Misa consta en cierto sentido de dos partes: la liturgia de la Palabra y la liturgia Eucarística, tan íntimamente unidas, que constituyen un solo acto de culto.
En la Misa se prepara la mesa tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, en la que los fieles se instruyen y fortalecen. Otros ritos inician y concluyen la celebración (IGMR 28).
RITOS INICIALES
Los Ritos iniciales tienen como finalidad constituir la Asamblea, congregarla, para celebrar de modo conveniente la escucha de la Palabra y la Eucaristía. Los ritos que preceden a la liturgia de la Palabra, es decir la entrada, el saludo, el acto penitencial, el Señor, ten piedad, el Gloria y la oración colecta, tienen carácter de introducción y preparación.
Lo componen seis elementos, que no están perfectamente distribuidos: el canto que acompaña la procesión de entrada del presbítero y los ministros; el saludo al altar y a la asamblea, la preparación penitencial a través del rito penitencial, el canto de las aclamaciones laudatorias del Kyrie: “Señor, ten piedad”; el Gloria y la oración colecta de apertura.
LITURGIA DE LA PALABRA
La liturgia es un lugar privilegiado donde la Palabra de Dios suena con una particular eficacia, pues en ella Dios habla a su Pueblo y Cristo sigue anunciando su Evangelio (SC 33). El destinatario de esta Palabra es el Pueblo de Dios reunido y congregado por el Espíritu Santo.
En la Liturgia de la Palabra es Cristo mismo que está realmente presente y habla a su pueblo reunido en la asamblea litúrgica:
“Cuando en la Iglesia se leen las Sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su Palabra, anuncia el Evangelio. Por eso, las lecturas de la Palabra de Dios que constituyen un elemento de suma importancia en la Liturgia, deben ser escuchadas por todos con veneración. Aunque en las lecturas de las Sagradas Escrituras la Palabra de Dios se dirige a los hombres de todos los tiempos y está al alcance de su entendimiento, sin embargo, su comprensión y eficacia es favorecida con una explicación viva, es decir con la homilía, que es parte de la acción litúrgica” (IGMR 29).
Cristo está ya presente en la Palabra, ya nos hace partícipes de su Misterio de vida y salvación. El Concilio, en su documento de liturgia, ya lo dijo claramente: “está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla” (SC 7). Y lo aclaraba más todavía la constitución sobre la Revelación: “la Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo” (DV 21).
En la Palabra que proclamamos actúa ya Dios. Su Espíritu, hoy y aquí, nos comunica la fuerza salvadera de esa Palabra. Cristo Glorioso, presente en medio de sus fieles, se nos da como la respuesta viviente de Dios a la humanidad. La proclamación de la Palabra no es, pues, algo previo, sino que introduce en lo que la Eucaristía ofrecerá para ser vivido, y reanima la fe necesaria para dar este paso.
“Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura con los cantos que se intercalan, constituyen la parte principal de la liturgia de la Palabra [Dios habla a su pueblo]; la homilía, la profesión de fe y la oración universal u oración de los fieles la desarrollan y concluyen [El pueblo hace suya esta Palabra por el silencio y los cantos, y se adhiere a ella por la profesión de fe; y alimentado por ella, ruega en la oración universal por las necesidades de toda la Iglesia y por la salvación de todo el mundo]” (IGMR 55).
De esto se sigue que el esquema de la Liturgia de la Palabra esté concebido como una estructura dialogal, donde Dios habla (I: lecturas bíblicas, principalmente el Evangelio, y su aplicación a la vida: la homilía) y el pueblo responde (II: salmo responsorial, aleluya, silencio, profesión de fe y oración de los fieles). Las lecturas que preceden el Evangelio, el propio Evangelio y la homilía son elementos de una estructura dialogal descendente: por medio de ellas Dios habla a su Pueblo.
LITURGIA EUCARÍSTICA
La Palabra escuchada se va a cumplir ahora. Jesús en la Cena y sobre la cruz selló las palabras que había proclamado; así también, para la Iglesia, el memorial de su muerte y de su resurrección realiza la Palabra anunciada antes.
La liturgia, para realizar este programa, ordena la celebración en las siguientes cuatro partes; cada uno responde a uno de los cuatro verbos de la acción de Jesús en la Cena:
Cristo tomó el pan y el cáliz, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía. Por eso, la Iglesia ha ordenado toda la celebración de la Liturgia eucarística con estas partes, que responden a las palabras y a las acciones de Cristo. En efecto:
1. En la preparación de los dones, se llevan al altar pan, vino y agua, o sea los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.
2. En la Plegaria eucarística se da gracias a Dios por toda la obra de la salvación; los dones se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
3. Por la fracción del pan y por la Comunión los fieles, aunque muchos, reciben de un único pan el Cuerpo y de un único cáliz la Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles lo recibieron de manos del mismo Cristo (IGMR 72 b).
Así tenemos los tres momentos de la Liturgia eucarística: Preparación de los dones; Plegaria eucarística y Rito de la comunión.
RITOS CONCLUSIVOS
La Eucaristía, como toda acción litúrgica tiene sus ritos finales. Su finalidad es hacer “bajar del Tabor” a los participantes en el banquete eucarístico y enviarlos a sus tareas ordinarias. Al rito de conclusión pertenecen:
1. Dar breves avisos, si fuera necesario.
2. El saludo y la bendición del sacerdote, que en algunos días y ocasiones se enriquece y se expresa con la oración “sobre el pueblo” o con otra fórmula más solemne.
3. La despedida del pueblo por parte del diácono o del sacerdote, para que cada uno regrese a sus tareas alabando y bendiciendo a Dios.
4. El beso del altar por parte del sacerdote y del diácono y luego la inclinación profunda al altar por parte del sacerdote, del diácono y de los otros ministros.
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