“Habrá días que la Barca de mi vida será sacudida…”

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Idea principal: Habrá días que la Barca de mi vida será sacudida por las olas porque el viento será contrario.
Resumen del mensaje: este es uno de los episodios evangélicos que mejor ilustra, por una parte, la situación de la comunidad cristiana (la de Mateo y la de todos los tiempos) en su histórico camino en medio de la dificultad y de la tribulación; y por otra, la presencia permanente del Señor resucitado en la barca de Pedro.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ¿de qué barca se trata? Una barca zarandeada por las olas y el viento son un buen símbolo de tantas situaciones personales y comunitarias que se van repitiendo en la historia y en nuestra vida. Y vientos fuertes. No sólo alisios –vientos suaves, regulares, no violentos- sino también “monzónicos” –calientes con lluvias. Elías en la primera lectura experimentó que su barca estaba para zozobrar. Elías, después de un gran éxito, al dejar en evidencia él solo y mandar castigar delante de todo el pueblo a los más de cuatrocientos profetas y sacerdotes del dios falso Baal, sabiéndose perseguido a muerte por la reina Jezabel, tiene que huir al desierto. Estaba harto. No quería ser ya más profeta. Todo eran sinsabores. ¿Para qué seguir? ¿Y Pedro en el evangelio? Su barca, símbolo de lo que sería la barca de la Iglesia, cuyo primer timonel sería él, representando a Jesús, está en situación comprometida. Parece hundirse. No hace pie. Veintiún siglos de tempestades y olas encrespadas para la barca de Pedro, comenzando con las primeras persecuciones de los emperadores romanos, pasando por las herejías y cismas, y hoy por tanta confusión doctrinal que quieren estrellar esta barca en materia moral, matrimonial, litúrgica y exegética.
En segundo lugar¿qué hacen Pedro y sus compañeros? El miedo se apodera de ellos. Pedro no teme porque se hunde, sino que se hunde porque teme. La duda le hace perder la seguridad y comienza a hundirse. Mateo quiere mostrar el itinerario espiritual del primer apóstol: cuando Jesús se identifica, lo reconoce; solicita su llamada y la sigue con audacia confiada; titubea, falla en el peligro y es salvado por Jesús. Figura ejemplar para la Iglesia. La comunidad en medio de la tormenta se olvida del Jesús de la solidaridad y lo ven únicamente como un fantasma que se aproxima en la oscuridad. Quieren ir hacia Él, pero se dejan amedrentar por las fuerzas adversas. El evangelio nos invita a hacer una experiencia total de Jesús, rompiendo nuestros prejuicios y nuestras seguridades. Debemos dejar que sea Él quien nos hable a través del libro de la Biblia, de la Tradición y del Magisterio, y del libro de la vida. Cristo nos invita a no dudar nunca, pues Él está en la barca. Y nos dice: “¡Ánimo, soy Yo, no tengáis miedo!”. 
Finalmente, ¿qué debemos hacer nosotros cuando parece que nos ahogamos en un vaso de agua? Entre el temor y la esperanza, debemos añorar la cercanía del Señor. Resignarse a la lejanía no es una buena señal para la fe. La fe genera confianza y ésta se manifiesta en la osadía que vence al miedo. Nos hundiremos cuando nos apoyemos sólo en nuestras fuerzas o razones humanas. No es nuestro propio poder y saber el que nos mantiene a flote, sino la fuerza del Señor. Es buena la autoestima con tal de que no degenere en autosuficiencia. Y no nos cansemos de invitar a Cristo todos los días a nuestra barca y confesar con fe: “Realmente eres Hijo de Dios”. Este es el anuncio que se espera de nuestros labios y de nuestra vida entera. Y ayudemos desde la caridad a otras barcas que tal vez se estén ahogando.
Para reflexionar: ¿Qué olas sacuden mi barca? ¿Le grito con la fuerza de la fe a Cristo en la oración que me salve? ¿Cuántas veces he escuchado de Cristo: “Hombre de poca fe”? ¿Creía que mi vida cristiana sería un crucero de placer?
Para rezar: Qué mejor que rezar el salmo 143 en los momentos duros de mi vida:
Señor, escucha mi oración
atiende a mi súplica.
Tú eres justo y fiel; ¡respóndeme!
Pero no me juzgues con dureza,
pues ante ti nadie puede justificarse.
Mi enemigo me ha perseguido con saña;
ha puesto mi vida por los suelos.
Me hace vivir en tinieblas, como los muertos.
Mi espíritu está totalmente deprimido;
tengo el corazón totalmente deshecho…
Señor, ¡respóndeme, que mi espíritu se apaga!
¡No te escondas de mí,
o seré contado entre los muertos!
Muéstrame tu misericordia por la mañana,
porque en ti he puesto mi confianza.
Muéstrame el camino que debo seguir,
porque en tus manos he puesto mi vida.
Señor, líbrame de mis enemigos,
pues tú eres mi refugio.
10 Tú eres mi Dios; enséñame a hacer tu voluntad,
y que tu buen espíritu me guíe por caminos rectos.
11 Señor, por tu nombre, vivifícame;
por tu justicia, líbrame de la angustia;
12 por tu misericordia, acaba con mis enemigos;
¡destruye a los que atentan contra mi vida,
porque yo soy tu siervo!

Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).

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